Siempre he disfrutado del dolor, de sentir que sufro y que a nadie le importo. Cualquier tipo de herida suele ser placentera. Funciona como excusa para mucho de lo que me pasa. Aún no tengo claro qué me pasa. Ni tampoco quiero descubrirlo.
No pienso en solucionar mi problema. No quiero saber cuál es. No entiendo por qué a todos nos tendría que interesar solucionar nuestros problemas. Lo quiero disfrutar. No quiero ser feliz. No entiendo por qué me tendría que gustar ser feliz. Las pocas veces que lo he sido me he aburrido muchísimo. Y a mí me gusta divertirme, tener algo que contar.
Al comienzo de este año tuve que superar varios sucesos. Era eso o morir, o suicidarme. Estoy muy bien ahora, tan bien que a veces me arrepiento y quisiera haberme suicidado.
Superar las ganas de suicidarte, dejarlas atrás, ha sido todo un reto. Yo no sé por qué me reto. Supongo que porque, aunque a veces no parezca, soy un ser humano y tengo instintos. Y a veces parece que es lo único que tengo…
Por otro lado, soy fuerte y no me gusta serlo. Soy muy fuerte y debo recordarlo siempre. Yo soy muy fuerte.
Es así como pensando en una forma de recordarme mis logros decidí tatuarme. Nunca me atreví a hacerlo, pues mis trastornos obsesivos no permitirían ningún tipo de imperfección en el dibujo y menos en mi piel.
Un día antes de mi cita con el tatuador me había desmayado en un restaurante. Había mezclado pizco, tekila y cerveza y no había comido nada más que una taza de cerelaes con yogurt de vainilla. Llego la ambulancia al lugar. Me inyectaron suero, alguna droga que estaba muy rica y azúcar. Me encanta sentirme vulnerable físicamente. Pero detesto que me miren con lastima, cuando se trata de una sensación que realmente disfruto.
Minutos antes de comenzar la sesión le conté a mi tatuador del suceso. Así que fuimos al grifo a comprar chocolates, gomitas, caramelos. Al comienzo pensé que se pasaba de buena gente. Pero luego comprendí que lo único que estaba haciendo era evitar escándalos en su estudio.
Yo no lo conocía, yo solo había escuchado hablar de él. Nos sentamos. Ordeno sus materiales, pinturas, herramientas, agujas. Yo no sé. Estaba muy nerviosa. No recuerdo claramente nada. Casi drogada de nervios y de toda el azúcar que me había tragado.
Y comenzó. Sentí esa aguja y supe que ya no habría marcha atrás. Era la cura. Era arte y dolor. Era lo que siempre había querido. Me iba a volver adicta. Gracias pensaba. Gracias por enseñarme que esto existe, pensaba. Y solo lo miraba. Solo miraba como iba clavando la aguja, con una paciencia, con placer, con cuidado, con pasión y hasta con cariño. Gracias, qué rico, pensé. Lo hacía muy bien. ¿Tirará rico también? ¿Le gustaré? ¿Me habrá citado a solas por alguna razón? ¿Terminaré tirando con el hoy?
Ya no aguantaba. De un momento a otro sentía que me mojaba. Me mojaba porque me hacía doler, porque yo no le importaba, porque ni siquiera me miraba. Solo al tatuaje que dibujaba detalladamente en mi muñeca.
Me abrí de piernas, pensé que tal vez podría olerme y sentir lo arrecha que me estaba poniendo. Pero para el no estaba yo en ese cuarto. Solo el tatuaje y el. Solo él y su trabajo. Trabajo que yo esperaba que haga perfecto porque si no me podría dar un ataque de pánico.
Sin embargo, él tenía que parar ya, dejar esa máquina y meterme el dedo. Felizmente estaba preparada, como siempre. Tenía minifalda, mi prenda favorita. Así que solo debía mover mi calzón para un costado para meterme lo que quisiera. Solo tenía que levantar la mirada y ver mi cara de arrecha.
Pero no lo hacía. Yo miraba sus manos y las imaginaba en mis muslos, cogiéndome, apretándome la piel. El sentado detrás de mí, tocándome toda. Eso quería. Quería que me empuje y caer echada boca abajo. Que me jale el pelo para levantarme un poco y que me la clave. Que ni siquiera comience despacio. Que lo haga duro desde el comienzo. Y cada vez más. Que haga doler como lo estaba haciendo en ese momento.
Pero no me miraba aún y yo hasta podía sentir todos sus olores. Ojala no esté tan limpio pensé. Ojala no esté tan limpio como este lugar que más parece una clínica ficha que un estudio de tatuajes. Ojala huela un poco. No quiero sentir que sabe a jabón.
¿A él le gustara mi olor? Se me acaba de ir la regla. Tal vez sea asquiento. Pero no hay nada más asqueroso que un hombre asquiento. Así que es mejor comprobar desde el primer día para no andar perdiendo el tiempo. Yo quiero que me coja un animal.
Entonces, levanto la mirada y me pregunto “¿Estás bien?” y le dije que sí. Con qué cara de depredador habré respondido. Se puso nervioso, lo sentí. Y eso me puso nerviosa a mí. Él lo sintió. Sentí su poder al verme sonrojada. Me sentí vulnerable. Vulnerable ante su mirada, ante el dolor que me estaba causando, ante lo arrecha que ya estaba.
“Ya casi acabamos. Ahora solo faltan los blancos”, dijo. ¿Y después de los blancos harás algo? ¿O tan tonto eres que no te das cuenta que me muero de ganas de que me la claves aquí y por todos lados?
Y acabamos. Y lo abracé con esfuerzo para agradecerle. Porque odio abrazar a la gente. Pero sentí que algo estaba duro. Así que me pegue más y le respiré en el cuello. Y olía rico. Olía a hombre. Y sentí sus ganas y el las mías. Dejamos de abrazarnos. Me sonrío y me dijo “te voy a dejar en tu casa”.
El momento más hermoso de un tatuaje es cuando está recién hecho. Es cuando ves la sangre brotar de tu piel y con ella aparece el ardor. Y no te preguntas si es arte, si es bello, si es lo que esperabas, simplemente disfrutas el dolor. Lo disfrutas sin quejarte, agradecido. Gracias por este dolor, ¿estaré pagando algo por fin? Debo hacerlo. Hacerse un tatuaje es un sacrificio. Un sacrificio por tener lo que querías. El que quiere un tatuaje sin dolor, no quiere un tatuaje. El que quiere lo que siempre deseo sin sufrir, no lo desea tanto. Y como si fuera un bebé que quieres que nunca crezca, desearías que jamás deje de arder. Pero el momento llegó. El tatuaje ya no es más una herida, ya no tienes que cuidarlo tanto. El tatuaje es parte de ti y es uno solo a la vez.. Lo amas, lo odias y te acostumbras. Te acostumbras porque ya no duele. Y quieres otro. Y te haces otro buscando volver a sentir lo mismo que con el primero, que con el segundo, que con el tercero. Sentir que quema y que puedes aguantar. Y te sientes poderoso y frágil. Y frágil y poderoso. Querías torturarte, querías no poder rascarte. Querías “algo más”. Querías ilusionarte, querías llorar, querías vivir, no un tatuaje.
Comentarios recientes