Eran las 8 de la mañana y no podía levantarme para ir a la universidad. El comportarme como una mujer común toda la vida me había costado demasiado, pero cuando lo conocí no pude más con la farsa. Aunque a veces quería controlarme para volver a ese estado hermético al que yo misma me había sometido siempre, me era imposible. Dicen que la autenticidad es el camino al éxito, pero después de experimentarla sabía que era todo lo contrario. Era más fácil pasarte la vida fingiendo ser una persona como todas las demás. Sin embargo, era demasiado tarde para poder pensar en estrategias. Había sucumbido a su magnetismo.
No sabía que parte de mi trastorno obsesivo compulsivo me dominaba en ese momento, veía o quería ver señales en todas partes que me dijeran que estaba haciendo lo correcto. La verdad es que me sentía muy mal de abrirme a tener sexo con alguien que no estaba segura si quería. Aunque lo duden, nunca me gustó la idea de los “choques y fugas”. Darle mi cuerpo a alguien que no quiero, aunque no me parezca malo, es dar demasiado de mi y nadie que yo no ame lo merece. Solo sabía que me hacía mojarme más que nadie y eso era lo que, esta vez, me hacía perder la razón.
Colores, olores, palabras, respiración, olores, olores se me metían como hormigas entre la ropa. Aunque a veces eran tan incómodos como la sensación de una etiqueta filuda que te quieres arrancar del polo, otras me ayudaban a relajarme. Había dejado de ver porno para verlo en mi almohada, en mis peluches, en mis calzones y en todo lo que fuera suavecito. Obstinarse con un sujeto puede traernos varios problemas, pero también es muy conveniente cuando estas sin mucho que hacer.
Como quien no quiere la cosa se había convertido en mi novio y como tal tenía que tener algunos gestos conmigo que me ayudarán a no caer en depresión. Por ejemplo, no dejar de buscarme para tirar ninguna noche, intentar un segundo o más rounds aunque este muy cansado y aceptar mi decisión de no bañarme tanto para que él tampoco lo haga y así poder olerlo sin esforzarme.
Lo recuerdo como un ser extraño o se hacía el extraño, en todo caso, querer hacerse el extraño es muy extraño. Sus bromas consistían en decirme como le parecería interesante verme morir. Por ejemplo, penetrada por 5 ramas de un árbol, puesta al sol con heridas, limón y abejas alrededor. Como yo solo había salido con chicos que bailaban pachanga en discotecas de Larco Mar, no había nada que me excite más que lo siniestro en un hombre. Tener sexo en lugares públicos o en situaciones extremas era el pan de cada día. Por las noches chapaba mi micro a Alcazar y salíamos a caminar por el Rimac a buscar algún episodio bizarro que nos diera ideas para escribir poemas en el fotolog. Y es que este chico escribía como si leyera. Nada más rico que un escritor innato.
Lleno de poses y sin ningún centavo se pasaba la vida dibujando, tocando batería y haciendo investigaciones hippies sobre la selva y alrededores. Gracias a él, a su miseria y a su accesibilidad a tener sexo conmigo sin sentir que tenía otras responsabilidades, conocí una sensación bellísima: la de estar ilusionada y con el corazón ardiendo. Yo solo quería escaparme con él, que me lama todo el cuerpo hasta quedarse sin saliva, que crea que me estaba utilizando hasta dejarlo impotente.
Solíamos tener sexo oral en el último asiento del micro, en el primer asiento del cine y el resto del tiempo nos olíamos las manos, pues nunca nos las lavábamos. Me dijo que nadie nunca más se iba a enamorar de mí porque yo era suya. Y aunque admito que me hizo llorar, esas ganas que tenia de hacerme sentir su mujer a cada segundo a pesar de que yo le decía que no era de nadie, eran las que me volvían loca. Esas ganas casi macabras eran las que me hacían sentir sometida e indefensa. Eran las que me hicieron por fin y, por primera vez, enamorarme.
Sin embargo, como toda obsesión se acaba si no la alimentas con nueva información. Como todo cuento de amor que comienza en sexo, termina de la forma más cruenta. Como toda relación tóxica, se acaba por cansancio mental, aunque sobre la pasión. A medida que aumentaban mis ganas de verlo sentía que lo veía cada vez menos. Pero el cuerpo sabe y, antes de que se me rompiera el corazón en diminutas trizas, como soy inmortal, me aburrí de esperar y no hubo marcha atrás.
Luego de este cambio radical me di cuenta que yo era un tanto ciclotímica, nada para alarmarse, no me tomo tan en serio. Yo, tan bella como horrible, me dediqué a seguir la rutina, a no pensar más en polvitos triviales, a apreciar el porno alemán por sus planos generales, a lavar mis peluches y algunos calzones usados que había guardado de recuerdo.
Comentarios recientes